Comunidades organizadas, una clave para el desarrollo territorial

Quienes hemos tenido la oportunidad de trabajar en sectores gubernamentales, sabemos perfectamente que la mayoría de los líderes políticos intentan acertar en las acciones que llevan a cabo para aportar al desarrollo de las comunidades. Sin embargo, creo que es un grave error pensar que solo los gobiernos y las organizaciones son responsables de lo que pueda suceder, o no, en la búsqueda de dicho desarrollo.

Para iniciar una verdadera transformación es necesario entender que todos los integrantes dentro de una comunidad, al igual que las entidades, deben apropiarse y responsabilizarse de las problemáticas y las diferentes situaciones que se dan alrededor de la misma, es decir, ambas partes necesitan mantenerse unidas en torno a un propósito para tener claro cuál es su panorama y actuar; de lo contrario, en lugar de lograr avances, solo se crearán barreras que los alejarán de la posibilidad de construir un territorio desarrollado y sostenible.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU establece el desarrollo territorial como un proceso de construcción social, impulsado por la interacción entre las características geofísicas, iniciativas individuales y colectivas de distintos actores y las operaciones económicas, tecnológicas, sociopolíticas, culturales y ambientales en el territorio. En ese orden de ideas, la participación en dicho proceso no debería darse solo por parte de asociaciones o voluntariados, sino a partir de comunidades organizadas, con sentido de pertenencia por su sector, capaces de contribuir a la construcción de estrategias que fortalezcan los procesos de desarrollo sostenible en el tiempo.

Una comunidad organizada conducirá cada sector hacia un buen fin, no dependerá 100% del Gobierno y favorecerá la toma de decisiones del Estado, porque marcará la pauta de lo que se debe hacer, guiando y ayudando a ejecutar acciones en pro de lo que la gente realmente necesita.

Casos como la Red de Costureras, en Ecuador, donde la comunidad se organizó y pudo sobrevivir a la crisis económica a causa del Covid–19; o como el de Altos de San Roque, en El Salvador, donde las personas se vieron afectadas por deslizamientos en época invernal y transformaron su junta directiva en una Comisión Comunal de Protección Civil, con la participación de adultos, jóvenes y hasta niños; ayudan a entender cómo las comunidades organizadas pueden convertirse en generadoras de soluciones.

Cabe destacar que la cooperación entre comunidad y Estado, y la comunicación, son factores fundamentales para que el trabajo en equipo pueda darse de la mejor forma y contribuya en la solución de cualquier situación, problemática o crisis. Es decir, en este punto, la opinión de cada parte e integrante cuenta.

Aunque las comunidades puedan verse como un todo, lo cierto es que poco se tienen en cuenta y, a menudo, son percibidas como un mundo aparte. No obstante, si el Estado empieza a fortalecer estos grupos sociales, pequeños cambios se convertirán en grandes aportes al desarrollo territorial; de este modo, los hombres, mujeres, jóvenes, campesinos, adultos mayores y otros grupos no menos importantes, se sentirán incluidos y necesarios para el país.