El cáncer de la corrupción en la vida y la política colombiana

Es común relacionar la corrupción con el aprovechamiento del poder o el abuso por parte de quienes lo ostentan ¡y sí! Está claro que de eso se trata. Sin embargo, creo que esta problemática también abarca muchas otras situaciones que no necesariamente tienen que ver con las élites tramposas.

El ex primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, dijo alguna vez que, si se quiere derrotar la corrupción, hay que estar listos para enviar a la cárcel a nuestros amigos y familiares. En otras palabras, la corrupción alcanza a la mayoría de las personas y, lamentablemente, muchas veces tiende a normalizarse. Este fenómeno se da de muchas formas, pero siempre tiene que ver con lo mismo: dañar, corroer o pervertir un proceso para tomar ventaja sin importar el impacto negativo que produzca.

Cualquier acción deshonesta, por mínima que parezca, contribuye al deterioro del sistema. Cuando la policía de tránsito intenta multar a vehículos mal estacionados en las calles, la gente se las arregla ¡y aun teniendo la culpa! Les resulta fácil sobornar a la autoridad para evadir dicha infracción. De esa forma, se dan muchos casos de corrupción en el país, y lo que parece un acto sin importancia, termina articulándose a una problemática que será difícil de erradicar sin ayuda de la educación y la cultura ciudadana.


La evasión de impuestos, por ejemplo, también es un acto corrupto que evita el desarrollo de los territorios. La mayoría de los colombianos siempre busca la forma de pagar menos impuestos o de evadirlos por completo. Según cifras de Fedesarrollo, con la evasión de impuestos, Colombia estaría dejando de recaudar entre 50 y 80 billones de pesos anuales; una suma importante que podría estar invirtiéndose en proyectos que contribuyan a mejorar la vida de los mismos ciudadanos.


Como si fuera poco, de manera descarada, vemos funcionarios públicos que solo están interesados en tener una oportunidad para enriquecerse. Figuras que llegan al poder con una mano adelante y otra atrás, pero al cabo de cinco años resultan millonarias. Aunque a algunas personas les ha costado más de 20 años de trabajo conseguir un carro o un apartamento, otras obtienen fincas, casas, carros y una fortuna desproporcionada a partir de acciones deshonestas, ilegales y ventajosas que, por supuesto, tienen que ver con los recursos del pueblo.


Pero no solo se trata del daño fiscal que la corrupción genera en los proyectos al impedir que se avance en temas de infraestructura, educación, inversión social y demás, también se trata de los sentimientos que este fenómeno genera en la ciudadanía, pues la rabia y la impotencia salen a flote cuando comunidades que llevan toda una vida luchando para tener la oportunidad de superarse, descubren que sus gobernantes o líderes solo se han aprovechado de su posición para beneficiarse a sí mismos. Que se pierdan los recursos y no exista un castigo es frustrante y ocasiona que las personas pierdan la confianza en los gobiernos y en el Estado.


Recuerdo haber leído un estudio que realizaron en Tirana, la capital de Albania. Allí, la Secretaría de Tránsito era foco de corrupción, así que decidieron enviar dos funcionarios alemanes para dicha oficina y trasladar dos empleados albanos a una ciudad alemana para estudiar su comportamiento. Al cabo del primer mes y medio, los ciudadanos alemanes ya habían desarrollado sus primeros actos de corrupción en Tirana, mientras que los dos funcionarios corruptos que habían enviado para Alemania, no habían ejecutado ningún acto tramposo. Las oficinas en Tirana eran oscuras, la gente no veía a los funcionarios y solo había una pequeña ranura por donde pasaban los papeles, mientras que las oficinas en Alemania eran transparentes, era un sistema mucho más difícil de permear, la gente sentía que todo el tiempo estaba siendo vigilada.


Lo anterior, lo traigo a colación porque creo que la corrupción involucra tanto las malas intenciones como el entorno en el que se llevan a cabo. Esta problemática tiene todo que ver con el sistema y la crianza, es decir, con la educación. En Colombia, se preocupan más por enseñar fórmulas de memoria que por darle prioridad a la ética y a los valores; aunque parece que evolucionamos, creo que el sistema educativo de antes se preocupaba más por la clase de personas que formaba, y ya no. Conforme llega la modernización, nos sumergimos en nuestra destrucción.


Parece que la corrupción está inmersa en todos los sistemas de vida que conocemos y, según avanzamos, surgen más ocasiones para ponerla en práctica; sin embargo, cuando una persona tenga la oportunidad de sacar ventaja de cualquier situación, lo único que determinará si lo hace, o no, serán los ideales que tenga. Por eso, creo que a partir de la educación es posible combatir este cáncer. Aunque el poder y la seducción latente de conseguir las cosas más rápido trae consigo una carga de corrupción, como lo dijo el filósofo Séneca: “lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad”.